Según la FAO, el 95% de lo que comemos se produce directa o indirectamente sobre el suelo. Por eso, ““La disponibilidad de alimentos depende de los suelos: no se pueden producir alimentos y piensos nutritivos y de buena calidad si nuestros suelos no son suelos sanos y vivos […]”. Este es uno de los retos que tenemos que afrontar desde el sector agrícola, pero no el único. Si vemos la fotografía completa, también nos encontramos con que el mundo necesitará producir un 60% más de alimentos en 2050. La población crece, la esperanza de vida crece y necesitamos modelos sostenibles para alimentar al mundo.
Para seguir produciendo, por lo tanto, debemos cuidar ahora de quien nos provee y nos proveerá de nuestra alimentación diaria. Es sumamente importante mantener un suelo vivo y sano. Y hablo de cuidar a “quien” te provee porque el suelo no es un elemento estático, sino un ecosistema vivo y dinámico. En él encontramos materia orgánica y seres vivos de todo tipo, desde animales, que pueden observarse a simple vista, hasta microorganismos que, aunque no los vemos, son protagonistas de la magia que ocurre en la agricultura. Sí, los microorganismos son los compañeros ideales en el proceso productivo, ya que son capaces de transformar la materia orgánica y mineral, mejorar la absorción de agua y nutrientes, controlar plagas y enfermedades y proteger al cultivo en sus distintas etapas productivas.
La clave está, por lo tanto, en hacer compatible la calidad del suelo con la agricultura intensiva. ¿Cómo? Con un balance positivo y efectivo, sumando más y mejor de lo que estamos restando al suelo.
Empobrecer la calidad de los suelos por exigirles demasiado genera una ruptura del equilibrio microbiano, produciendo con ello menor retorno de materia orgánica y de nutrientes, menor aprovechamiento de los recursos, y un aumento de microorganismos oportunistas y patógenos. Tradicionalmente, la forma de intentar contrarrestar estos efectos es aumentar el uso de fertilizantes y pesticidas químicos, que a medio plazo agravarán más el agotamiento del suelo.
Desde Symborg, queremos contribuir a resolver el reto de aunar sostenibilidad con productividad y rentabilidad. Apostamos por enriquecer la microflora del suelo, incorporando nuevos microorganismos beneficiosos y eficaces, y capaces de mejorar y mantener las propiedades químicas y microbiológicas del suelo. Salvaguardamos el equilibrio microbiano óptimo en la rizosfera, que es la parte que interactúa de forma directa con las raíces. Mejor suelo durante más tiempo.
Mi experiencia llevando al campo nuestro Manejo Integral de Microorganismos (MIM), respaldada por años de inversión en I+D, es que conseguimos incrementos de la nutrición vegetal de la planta, optimizaciones de la actividad fisiológica, aumentos de la resistencia a los estreses, mejoras en el balance hormonal del cultivo y, sobre todo, una revitalización y mejora de las condiciones físicas, químicas y biológicas de los suelos. En definitiva; gracias a este modelo podemos conseguir cultivos más rentables y sostenibles.
De hecho, en el último simposio de uva de mesa celebrado en Chile en febrero 2020, de la mano de Uvanova, nuestro director de vigilancia tecnológica e inteligencia competitiva, el doctor Félix Fernández, presentó un estudio del MIM en uva de mesa. En él se analizaban las interacciones de las diferentes cepas de microorganismos seleccionados por Symborg y su capacidad de incrementar la actividad biológica del suelo y la fertilidad de los cultivos.
Durante el estudio, se demostró que las distintas aplicaciones del hongo formador de micorrizas exclusivo de Symborg Glomus iranicum var. tenuihypharum (presente en el bioestimulante MycoUp Activ o 360), de la cepa Trichoderma harzianum T-78 (presente en el bioestimulante TrichoSym Bio) y de un complejo microbiano rizosférico (presente en el regenerador de suelos MBB10 o Vitasoil), aumentaron la actividad microbiana en comparación con las plantas testigo, favoreciendo el desarrollo de simbiosis micorrízica y mejorando el equilibrio biológico del suelo.
(Tabla comparativa y fotos)
Según los resultados del ensayo, la aplicación del MIM tuvo un efecto positivo en el incremento de la actividad microbiana rizosférica y con ello una mejora en la producción del cultivo aumentando el 25% del peso de los racimos de uva Scarlotta, el 19% en sólidos solubles y el 10% en la productividad. De nuevo, mejor suelo y mejores cultivos durante más tiempo.
Todos aquellos que trabajamos para alimentar al mundo debemos estar concienciados: la recuperación de los ecosistemas agrícolas se ha convertido en uno de los grandes retos de la agricultura del siglo XXI. La productividad y rentabilidad de la actividad agrícola pasa por cuidar de nuestros suelos hoy. Porque, permítanme que insista: los suelos vivos son los suelos que alimentan.
Gala García Imbernón
Directora Symborg LATAM
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